Los patitos del parque








Aquella mañana iba yo a morir, sin saberlo, pero quizá, sabiéndolo, porque tal vez sí lo sabía...sabía que el doctor me daría los resultados de las pruebas, pero yo, que no soy tonto, eso no, había leído en su cara días antes la verdad, cómo en un libro.


Me desperté más cansado que al acostarme, serán los años, el cuerpo ya duele al despertar, incluso adiviné una terrible tortura entre los sueños densos y grises que me comían la mente mientras dormía.


Sabía, sí, que iba a morir, y la congoja y el miedo se convirtieron en mi pesadilla, pero eso sí, despierto.


Volvería a dormir, pero debía ir a mi cita.


Y así lo hice, nervioso, acalambrado con un sudor calentorro y desagradable que me bañaba y me resbalaba. Esperaba el tranvía, o viajaba en él, sin notar la diferencia. Las calles de mi ciudad, tan conocida, me eran indiferentes, ya se podía acabar el mundo, que yo iba a morir, lo demás daba igual. Aquella vieja fea sola amargada de enfrente era tan afortunada, tenía vida, pasada, futura .La terrible niña de gafas, la odiaba, por no hablar del descaro de la juventud de los estudiantes, restregándome el hecho de su feliz existencia como a voluntad en el día de mi pesadilla despierto.


Y llegó mi parada, más ella a mí que yo a ella, porque andaba enajenado y alejado de todos menos de la tristeza y el temor del corazón, y pronto, como siempre, pronto llegaba a la consulta.


Aunque no me quedaban ojos para verlo, era un precioso día de primavera, primavera generosa de verde y verde azulado en la hierba del parque cerca de la consulta, quizá mejor que entrar en un bar sea una buena idea pasear por la hierba del canal y mirar el agua, buscando paz. Y así lo hice, con desgana me acerqué al canal, a rebuscar entre la hierba, había oído a los muchachos del tranvía que había un viejo que plantaba marihuana por ahí, y aunque no me interesaba más que por curiosidad anduve por aquellos reductos de hierba buscando " hierba," pero vi paja, la de un nido, con una puesta de tres huevos grandes, de pato u oca, supuse, no había más que mirar al canal para imaginarlo.



Al mirar el reloj, llegaba mi hora, e hice lo que debía, enfrentarme a los oscuros y opacos ojos del doctor con su diagnóstico terrible de muerte segura sin tratamiento, en "de cuatro a seis meses."


Consternado salí de la consulta, pegué mi cara al espejo del ascensor, sin lágrimas, la rabia las tapaba, vi mi corazón romperse de miedo, tristeza y decepción...y no recuerdo siquiera cómo volví a casa, si andando en tranvía o transportado por el aire...no recuerdo...nada.

No tenía siquiera a quién contarle mi futura muerte, no tenía a nadie, y a la noche, en la cama, bien arropado, miré al techo preguntándome qué sería de mí, cuando advertí, con la primera risilla del día, que el único momento algo feliz de ese día fue el descubrir la escondida puesta de huevos...decidí, ya que estaba condenado a muerte, aprovechar la coyuntura para observar aquellos huevos, y medio feliz, a la mañana siguiente fui al parque, también hoy ardía la primavera salvaje ante mis ojos. Con algo de miedo, me acerqué al nido, temía que no estuviera allí, desde luego no tenía edad para andar arrodillándome en el suelo ,pero qué podía importar, y a quien, si no tenía a nadie, si ni siquiera estaba vivo, diría yo. Así que me agaché a ver la puesta, y miraba a ratos los gorrioncillos saltarines y alegres que revoloteaban por aquí y por allí, y a los patos, flotando en el canal, cuando oí un ruido y miré al nido. Quise apartarme, no me dio tiempo, cuando un diminuto amarillo piquito se asomó por el agujerillo del huevo, y salió un feo pollo de pato amarillo y mojado, que me vio, y claro, era un pato, ¡un maldito pato...! Que siguiendo las estrictas leyes de su naturaleza, me llamó mamá, que en lenguaje patuno se dice "cuac" y empezó a seguirme.



"¡Seré idiota!" me dije, y con razón, " los patos creen que su madre es lo primero que ven moverse, pero si yo ya lo sabía...". Así que mostrándole al mundo mi estupidez, empecé a andar, intentando un imposible, deshacerme del patito.



Empecé a andar de acá para allá con el propósito de que el animal se cansase, lo intenté atar con paja al nido, enganchándole las patitas como buenamente pude, no quería atarlo bien por evitar que luego su madre no pudiera desatarlo, así que me limité a enredarlo, pero el bicho era tenaz, y se deshacía del nido, y me seguía gritando "¡Mamá! ¡Mamá" en su idioma, que empezaba a ser el nuestro...con inocencia me decía "¿por qué te vas mama?"

en su cuac cuac desesperado..."¡pobre animal!" pensé casi en voz alta. La solución es que lo vea su madre, un imposible, ni se había acercado al nido en el tiempo que llevaba yo ahí.



Intenté cruzar la carretera, y el pato me quería seguir. "¿Pero no ves criatura que te van a atropellar?'" ¡Y claro que no lo veía,! resultaba cómico, imagino, verme andando haciendo eses y de vez en cuando corriendo, y él detrás de mí, "Pero ¡qué he hecho, qué demonios he hecho!" y me seguía, y seguía y seguía.



Opté por correr deprisa, y corría que volaba el animal, lo escondí tras los muros del canal, para que no me viera, y oía su vocecilla patuna cuac cuac por todas partes, (especialmente en mi mala conciencia) siguiéndome desesperado, "¿qué puedo hacer?, voy a morir, patito, no te puedo cuidar"


Seguí intentándolo una y otra vez, y desistí, como el pobre animal desde que nació no había hecho otra cosa que seguir a su "madre" pensé que quizá necesitase comer...así que finalmente me rendí, o me rindió él, no lo sé, pero acabé cogiéndolo y metiéndolo en mi bolsillo," Te llevaré a casa patito, te daré de comer". Y así hice, sardinas en lata, su primera comida, nuestra más bien, yo también comí.



Y empezaron a pasar días, y el patito en casa, lo metía en la bañera para que nadase, pero no tenía futuro el pobre bicho. Así que decidiendo que ya que estaba claramente sentenciado a muerte, podía, debía de hecho, irme a mi casa de la montaña, allí había ríos, trigales, campos, un buen hábitat para un pato y mejor para un moribundo que ya poco o nada tenía que hacer, excepto cuidar del pato.



El pato se adaptó mucho antes que yo al campo, desde luego era su casa, mi casa de madera era nuestro hogar, y el bicho socializaba conmigo por días.



Una mañana me despertó su impertinente aleteo por el pasillo,"¡Ya está este madrugando!, ¡joder con los pajarillos!" Pensé, y al verle, ese día, no se por qué, por fin caí en la cuenta de que se hacía mayor, era todo un pato adulto, pero no sabía volar, claro, mamá no predicaba con el ejemplo...y decidí enseñarle a volar.


Como el día glorioso en que intenté deshacerme de él a toda costa, intenté también sin éxito enseñarle a volar. Pero esta vez no me iba a rendir, ¡que va!, me hice con una cometa con forma de ave, se la ponía en el pico y la hacía volar...el bicho la miraba extrañado y me seguía a mí "mamá está loca"

pensó el ave, juraría que en voz alta y en mi idioma.


Ya habían pasado cuatro meses, y aunque me encontraba mal, no empeoraba, cuando tenía un dolor, el ave me reclamaba, no me dejaba en paz, no me dejaba sufrir...tomaba la medicación paliativa, la única que podía tomar, y daba la sensación de que sabía si estaba malo, porque aunque su egoísmo de hijo era inequívoco, también su humanidad de pato se hacía presente, y su cuac era más moderado cuando el dolor era más grande.


A pesar de mis muchos esfuerzos el ave no volaba, aleteaba, eso sí, con gracia, pero no iba demasiado lejos, volaba unos metros, y como un piloto novato viraba en mí dirección y venía ,se caía torpemente a mis pies."¿Quieres una sardinita, verdad hijo?" le preguntaba, contestaba que sí, y así nos organizábamos.


El verano terminó y el ave seguía conmigo y sin volar, yo no parecía más muerto que meses antes, así que no desistí en mis intentos de hacerle volar.


Un día especialmente doloroso lo pasé entero en la cocina elaborándome unas alas falsas de cartón con plumas de almohadas y de él, el entretenimiento me hizo soportar el dolor mejor que ninguna medicina, y la mirada de mi plumífero hijo, me hizo sonreírle, mostrándole mi disfraz, para advertir, por fin, que era feliz, irónicamente por primera vez en mi vida.


Saqué mis falsas alas y pasamos los últimos días del verano en las clases de vuelo para patos y hombre, a mí no me salía, pero un día, mi hijo voló, y se fue, se fue lejos.

Miraba al horizonte, echándolo de menos antes casi de perderlo de vista, pero volvía a mí, y sin saber aterrizar caía torpe y cómicamente a mi lado.

Entonces comprendí que había llegado el momento de tener una seria conversación de padre a hijo sobre la independencia:

"Hijo mío, sabes bien que estoy muerto prácticamente, me he esforzado mucho en tu manutención y en tu educación, es otoño ,pronto será invierno, y la montaña en esta época no es lugar para ti. Tienes que emigrar con los de tu especie, ¿Entiendes?" y no entendía, lo que era de entender, por otra parte.



Y no me dejó morir, si moría yo, moría él, así que aguanté, tan sano o tan enfermo como al principio un otoño entero y un invierno entero...esperando una primavera en la que le juntaría a la fuerza, esta vez sin compasión, a los de su especie.


Y así hicimos. Nos juntamos a una manada de patos con el firme propósito de sociabilizar...el animal se entendió con ellos enseguida, se enamoró, lo vi en sus ojos, o en su cuello...en su pavoneo glorioso frente a su patita guapa, los deje solos.


Esa fue nuestra primera noche separados, mirando al techo, me sentí morir en la cama, quise morir, estaba preparado, todo bien atado, pero no hubo suerte, viví hasta la mañana siguiente.

Sin nada qué hacer, (El animal ya me había regalado ocho meses de vida más de los que me ofrecía el médico, con su contraoferta de cuacs inevitables) así que decidí ir al estanque a ver como se montaba la vida mi niño con aquellas nuevas gentes picudas.



Y así pasé la primavera, empeorando eso sí, y amortajándome cada noche, sin éxito. Llegó el verano, muy enfermo andaba ya, los paliativos eran ya morfina, no había pato-morfina en mi vida, pero pensaba en él, y ya no sabía no ser feliz, toda la vida que tenía era un regalo. Llegó el otoño, y los patos se fueron...le vi partir alas arriba con su amada...y le salude con la mano, "¡Adiós hijo, tráeme algo bonito de África!"


Y me fui riendo, lo había conseguido.



Sardinas de nuevo, felicidad, libro en la cama,"muramos en paz, amigo " me dije al cerrar los ojos...cuando caí en la terrible cuenta de que tenía mucho trabajo por delante al decirme a mí mismo "pero...si no puedo morir...tengo que esperar a la que vuelva...¡no le he enseñado a aterrizar!"





2 Response to "Los patitos del parque"

  1. Anónimo Says:

    Estoy segura de que a Durrell, le encantaría este cuento
    Una oda a la vida!
    magnífico

  2. Anónimo Says:

    Precioso, cuanta verdad...

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