El viejo dictador

Corría como un viejo. Pero les llevaba ventaja. Atrás de él, el motín interminable de acosadores armados con palos, jarras de cerveza vacías y hasta antorchas. A la marabunta humana se le encendían los ojos

como una jauría de lobos locos de hambre.

Pero en un recoveco, aprovechando la oscuridad y la ventaja, se escondió, fatigado, el viejo dictador entre una junquera junto a un arroyo.

La jauría, cansada de buscar, regresó al bar, a odiarle.
El viejo se durmió.
El agua le iba cubriendo las ropas, empapando su piel lentamente, pudriéndola. Tenía medio cuerpo en las aguas, el otro medio fuera, sólo respiraba por un caño de la nariz.

Las alimañas del bosque se acercaban a olisquearle. Se hizo con un palo y con alguna fuerza, suficiente al parecer, lograba espantarlas. Pero no pudo con las ratas voraces que se cebaban en sus pies. Los movía, los metía en el agua y los sacudía para quitárselas, pero intuyó que cuanto más se agitaba más se agarraban. Y, desde luego, no se ahogaban.

"Maldito animal" pensó para sí."¡Y pensar que me han comparado con una de estas criaturas! Ya quisiera yo tener esta tenacidad"

El viejo concluyó que eran ratas y que, por mucho que aguantasen bajo el agua, no eran peces. Se metió entero en el agua, con unos juncos improvisó unas pajitas y dejó descansar su cuerpo en el arroyo, a la espera de recobrar fuerzas para salir de ahí.

Pero los peces también saben de supervivencia, y le mordisqueaban la piel.

Estaba cerca de su punto máximo de desesperación, y ni siquiera había pasado un día desde que la jauría lo dio por perdido.

Con sus pocas fuerzas salió del agua, esperando que las ratas lo hubieran olvidado, pero éstas no olvidan. Y con el palo, dando golpes a las ratas, con suerte, o al aire en la mayoría de los casos se durmió así, golpeando ratas reales que pronto se convirtieron en ratas de sueño, de pesadilla. Se apartaba con ése instinto para vivir que siempre tuvo, incluso en sueños. Y despertó sudando de miedo, en una cama de sabanas blancas.


Se incorporó. Un pedo incontrolado se le escapó. Vino a recordarle que sólo era un pobre viejo, que ya ni controlaba sus esfínteres. No contento con eso, el pedo olía a pedo de viejo. Pronto la sorpresa le hizo olvidar la ventosidad, ¿estaba en el cielo? Eso no era posible, él, lo sabía mejor que nadie, no lo merecía. Aunque tampoco parecía el infierno.

Echó un vistazo rápido a la habitación. Era amplia, luminosa y estaba casi vacía. Dos fotografías de soldados negros y en la flor de la vida colgaban de las paredes. A su lado, una cama gemela. A su derecha, un viejo armario. Y él, postrado en la cama con un camisón y vendajes en sus heridas.

No sentía dolor, aunque sí una persistente molestia en el tobillo. Otro inoportuno pedo que esta vez vino a sabotear el primer encuentro con su salvadora. No era un ángel, era negra, ¡Qué ironía!. Traía una bandeja repleta de comida que, simplemente, dejó en la orilla de la cama. Ella percibió el pedo, frunciendo el entrecejo abrió la ventana y sólo dijo "Hace un día demasiado bueno para dejarlo escapar", y se fue. El viejo dictador se quedó con la duda si se refería al pedo o al día.

Desayunó todo lo que había en la bandeja. Luego se inspeccionó a conciencia. Tenía la piel cubierta en aceite y cuarteada del agua. Las líneas de las manos ensangrentadas y varios vendajes. Descubrió el de la herida que más le dolía, comprobó que se trataba de una mezquina mordedura de rata y que, afortunadamente, estaba muy bien curada. Se volvió a echar a dormir. Estaba cansado y la tripa llena le pasaba factura.

Le despertó la puerta al abrirse. Venía de nuevo la señora con otra bandeja, En algún momento, mientras él dormía se había llevado la otra. No sabía el viejo si esto le gustaba o no, no le gustaba que lo controlasen, pero no estaba en posición de elegir, tenía hambre y pis.

"Necesitaría orinar, señora". Con un gesto suave, ella le ayudó a levantarse y le acompañó al corral. No tenía cuarto de baño. Claro, era una de sus víctimas.

Pasaron varios días iguales. Él ya se encontraba mejor y salió de la habitación. Ella estaba limpiando maíz en el porche, cadenciosamente. Había fotos de esos dos muchachos negros por todas partes, también un mal retrato de un señor, negro también. Sin duda el marido y los hijos de su ángel de la guarda. La casa era digna, limpia, ordenada y tratada con muchísimo cariño. Un cariño que se respiraba en los visillos de ganchillo, en la vajilla expuesta en la precaria vitrina, cuidada pero de madera barata, en las flores alegres que gobernaban el salón desde la mesa central.

También había un gato de sillón. Pensó, como reflejo, lo bien que le hubiera venido el animal la noche de las ratas en el arroyo.

Salió al porche. Ella le miró, pero no habló. Él se acercó. No sabía qué decir. Quizá ella fuera una simpatizante de su régimen, no sería tan extraño, pero tuvo armarse de valor para preguntarle si tenía un puro. No se sentía en disposición de líder. La pedrada, la persecución mediática, los años de cárcel, el maltrato de los otros presidiarios, las vejaciones continuas durante todo ese tiempo, era el precio que tenía que pagar. A su juicio, y al de muchos otros, por sus matanzas, sus limpiezas étnicas, sus guerras, sus desalojos..

Ella se levantó, entró en la casa, sacó una caja de puros vieja, con una sonrisa en su preciosa cara de negraza obesa y entrada en años, sin una arruga y con las cejas altas que la hacían parecer una Venus. Presa de una dulce melancolía, dijo "Eran de mi esposo, murió en la matanza de los negros. Mis hijos, que eran soldados por la paz, también cayeron. bueno, ya que ellos no los van a disfrutar, sírvase". Y abrió la caja.

Cogió un puro, le pidió cerillas y, mientras ella levantaba su pesado culo del asiento, él la miraba irse, suspicaz, creyendo que iba a ser su asesina. Ya lo entendía todo. El mató a su marido y a sus hijos, a los que ella amaba, eso estaba claro, si no ¿para qué tanta fotografía? Y su plan era matarle lenta y dolorosamente.

En este momento empezaron las paranoides tribulaciones del viejo dictador. Al principio comía esperando el veneno en la comida. Hasta que empezaron a compartir mesa y ella se servía de la misma cazuela. Después dormía con un ojo abierto. En sus pesadillas veía que ella le ataba a la cama de sabanas blancas y limpias y le dejaba morir de hambre, o que le iba mutilando poco a poco, o que, simplemente, usaba el más antiguo método de tortura perfeccionado por él mismo, una heridita en la nariz y dejar que las hormigas hagan el resto, penetrando lenta y constantemente hacia su interior, devorándolo desde dentro. O que le quemaba a trozos. Cada día tenía más miedo.

Sin embargo, no había razones lógicas para pensar así, y menos aún cuando ella le trataba tan bien. Aunque no hablaban, ella era generosa con la comida, se encargaba de limpiarle la habitación, de lavarle la ropa.

Una mañana ella entró en su cuarto mientras él aún dormía y le despertó. Le dejó el desayuno en la cama, como siempre y dijo: "bueno, tiene usted que colaborar con la casa si quiere permanecer aquí, esto no

es un hotel. A partir de hoy le enseñaré a cuidar de las gallinas porque, debido a su cargo anterior, estoy segura que no sabe nada de ellas. Yo venderé los huevos en el pueblo, no quiero que lo pillen a usted de nuevo y lo vuelvan a dejar hecho una piltrafa o quien sabe cómo en cualquier sitio, si no muerto. Después se encargará de coger maíz para la casa y de la limpieza de su dormitorio. Le diré dónde puede lavar la ropa y todo lo que necesite. No tengo mucho dinero. Pero puede ponerse ropa de mi difunto marido, él se revolvería en su tumba.pero nunca estábamos de acuerdo en todo." rió "más bien en nada. Pero era un gran hombre, sabe, un hombre de verdad." y así salió de la habitación.

El viejo dictador se quedó algo sorprendido. Pero obedeció y puso todo su empeño en hacerlo todo lo mejor posible.

Con cuidado limpiaba el corral, recogía los huevos y alimentaba las gallinas. Madrugaba feliz, más cada día e iba a recoger el maíz. Entraba en la cocina por propia iniciativa y pelaba patatas en compañía de ella, llevaba las peladuras a las gallinas con diligencia, incluso limpiaba los pelos del gato del sillón y sacudía las mantas de toda la casa. Y cada vez que ella volvía del pueblo de vender huevos y maíz, traía queso, carne o pescado.

El viejo dictador al darse cuenta de lo caro que era el pescado, comenzó a pescar. Se ingenió una caña y se adentraba en el río y siempre volvía cargado de peces. Ella siempre lo agradecía con una sonrisa, sobre todo porque él ya se había ocupado de dejar el pescado limpio. El viejo dictador, quien lo diría, sentía vergüenza de ser atendido por ella, y en toda la medida que podía, hacia las tareas de la casa. Cada día con más entusiasmo.

No hablaban más que lo justo, pero el saber que ella sabía quién era él, saber que él era el único culpable de la muerte de sus hijos y marido, saber que por esto ella tenía que odiarle y saber que aún así le había salvado la vida y no tenía intención de quitársela, que no lo tenía preso ni esperaba recompensa alguna, movió al viejo dictador a preguntar




-"Señora, ¿sabe usted quién soy?"

-"Si"- contestó ella-"el mayor hijo de perra que ha tenido poder en la historia".

-"No se lo discuto, señora, ya no discuto con nadie, sé que por mis ideas y por mantener el poder he

ordenado hacer y he hecho atrocidades. También le digo que no pensé estar equivocado, ahora ya... ahora a

veces dudo. Lo que sí sé es que mi pueblo, que una vez me apoyó, ahora me odia. Pero hay algo que no

entiendo, verá, a usted mi régimen se lo quitó todo, dígame entonces ¿por qué no me odia?"

Ella rió a carcajadas. Estuvo un rato riendo y simplemente contestó: "señor, mis hijos, mi marido, mi hermano

han muerto porque usted existió ¿cree sinceramente que a todo el dolor que me ha producido además

debería sumar el pesar de odiarle?, no señor mío, no me lo merezco. Ande, recoja eso y vamos a dormir". Y

andando por el pasillo se reía con ganas, "Odiarle.¡Lo que me faltaba por oír!"

8 Response to "El viejo dictador"

  1. Anónimo Says:

    Tremendo.Me encanta el final y todo, está super bien escrito.
    Mola.
    Fran.

  2. Anónimo Says:

    Me ha encantado.
    Marga.

  3. kassandra Says:

    Gracias, muchas gracias.

  4. Violeta Says:

    Genial! Pura sabiduría! Me ha encantado, ojalá todos tuviésemos esa capacidad de comprensión sobre lo que implica tener sentimientos nada saludables... y cuánto nos perjudican a nosotros mismos.
    :-) Un besazo cielo!

  5. kassandra Says:

    Muchisimas gracias Violeta.

  6. Anónimo Says:

    Este me gusta especialmente.

  7. Anónimo Says:

    Recuerdo tu primer boceto de este cuento. La que armaste en clase. Creo que miles de ojos se clavaron contra la princesita, Pero Kassandra Gil Morris lo vale, y al final nació ese viejo dictador, al que yo, el primero, odié...
    y has conseguido que le coja cariño...
    Fran.

  8. kassandra Says:

    Gracias Fran, no es que haya que amar a los dictadores, pero desde luego, el odio, envenena al que lo padece no al obejeto de su odio... vamos que no he inventado nada.
    Recuerdo tb al profesor diciendo que era un género raro pero existente, aun así no recuerdo el ejemplo...

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