Este es un humilde cuento ecologista. No os dejeis engañar por el título.
Una pequeña, casi inexistente gota de agua, creo que era o átomo de oxígeno y dos de hidrógeno, no me acuerdo bien, fue a caer contra un risco en una montaña.
Por aquello del amor que siente el agua por el agua , otra algo más grande se unió a ella y otra y otra . Ya eran tres . Ahora se veía claramente como una gota de rocío.
Pesaba poco pero se hundió en la tierra para empaparla bien.
El sol, benigno amigo, se estiró al despertar lanzando sus brazos de rayos para acariciar de lejos con su inestimable dulzura, llamadlo fuerza, a mi me endulza... Y evaporó un poco de la superficie del mar.
Lejos de ahí llovió, llovió a raudales en las montañas, nevó y pasó el tiempo. Y junto a esa pequeña viva gota de agua se formó un glaciar precioso, que discurrió a su ritmo paciente hasta llegar al mar, que al sentir de sopetón al glaciar tan frío, se enfadó y lo derritió.
¡Pero qué dulce era!. Tan dulce que el mar lo abrazó y en un acto de generosidad marina (sabemos bien que el mar hace las cosas a lo grande) le regalo un poquito de su enorme vida, llenándolo de pequeñas bacterias que pronto, estas si que saben de traslados y adaptación, se adaptaron tan bien que el glaciar, el derretido y el congelado, se pobló de ellas.
El sol volvió a despertar, estaba casamentero el sol por esos días, y es que estaba contento de su poder y generoso de su calor. Así que calentó al glaciar convirtiéndolo en un rió bacteriano, que pronto, enseguida, fue la atracción de los peces del mar, sin dilación se fueron todos a comer contentos al nuevo dulce buffet libre del río. Qué cosas tan hermosas pasaban en aquel río saltarín, las truchas, los insectos, las algas….La vida comenzó en el mar y el río supo hacerla valer con su arte sin sal.
Pero el mar, el viejo mar, hijo del sol, padre del río, pobre viejo mar, se enamoró de su criatura dulcísima, fresca ya no helada y llena de vida alegre y graciosa, diferente a su ser salado.
El romance duró como dos novios que apenas se llegan a buscar, tímidos, las manos el uno del otro, se tocaban casi con miedo en el delta cada vez más rico, tan rico que pronto las aves iban a saquear los enormes recursos y el fruto de su amor.
El río, le correspondía desde el principio, buscando un sitio donde declinar iba a su papá, o su amante (en la naturaleza las cosas son simplemente así, nadie se anda con remilgos). Y el amor y el compromiso se establecieron con fuerza y seriedad.
Todos iban al río, todos iban al mar, cada uno con su peculiaridad. Y la vida florecía a manos llenas, plantas, insectos gigantes, era el carbonífero, luego grandes reptiles poblaron la tierra, todos sembrando su dicha en el mar, en el río. ¡Ah! si la vida es fuerte, que hasta en los desiertos pobres de agua se las apaña para florecer con ostentoso poder.
Grandes tiempos para el amor.
Tanto prolifero la vida que he ahí, el hombre vino a nacer.
Como siempre el hombre era sabio o era necio, sabio en la vejez y necio en la juventud, esa es sin duda la trama, la raíz del problema a debatir, que los jóvenes no escuchan a los viejos, llamémoslas viejas costumbres. El hombre, vamos, nosotros, yo mismo, tendemos a arreglar lo que funciona. Y la amistad perfecta con la tierra con el mar y con el río se nos echó a perder, porque, vaya sorpresa, queremos simplemente más. Pero ¿qué más podemos necesitar?.
Tanto creció el hombre, tan bien servido estaba por ríos montañas pastos fauna y mar, que tuvo tiempo para pensar e idear y nos creímos muy poderosos y más listos que el agua, ¡ignorantes, soberbios!, más listos que el sol y que cualquier animal. Y pasó lo que todos sabemos, esta parte de la historia la contaré con brevedad porque la conocemos bien, ¡Anda que si no!. Del mar sabemos poco, ¡Pero de ambición!. Pues claro está, el hombre lo destruyó todo. Calentó la tierra, desestimando el poder del sol. Ensució al sol y al río… al río simplemente lo mató.
Y el mar, que no tenia ya a quien dar la mano, a quien querer estaba triste, desesperado, aunque aun no lloro, no supo aún.
No somos tan tontos como para ignorar las fases de la depresión, de la tristeza, de las cosas que nos hieren y esto mismo le pasó al mar.
Primera fase, negación.
"No me han quitado a mi amor"-clamaba el mar-"además, ríos hay muchos más" pero ninguno era que aquel que nació de sus manos y le heló y luego le emocionó y después le enamoró.
El hombre de esto, ni se enteró, un río menos donde veranear, pero un río más en el que verter lo que no nos gusta. ¡Pobres libélulas milenarias y las truchas y los mosquitos!.
Segunda fase, ira.
Y cuando el mar se dio cuenta de que le habían quitado el abrazo de su verdadero amor, llegó su ira. Los hombres la llamamos maremoto, vorágine, tsunami, ¡nombres!. El mar clamó iracundo lanzando brazos de su agua de sal ahí donde el lecho de su amante muerto yacía, en la huella de su cadáver evaporado. Nada hubo qué hacer.
El hombre sí que se molestó. Muchos murieron, los familiares de éstos entendieron, por fin, pero nadie les escuchó. El hombre no aprendió, como siempre o mejor dicho, como nunca. Más listos que nadie, como siempre. Como en cada generación son los jóvenes los que mandan, ignoraron el clamor del mar y las voces de sus viejos y todo siguió igual.
Tercera fase, negociación.
Al principio hasta nos pareció una tregua ¡ignorantes!. El mar se calmó, y pensó que en él estaba la solución. El calor del sol le convenció, evaporando más agua aún y lanzando humedad al cielo y llovió. Insuficiente para el mundo, pero suficiente para dibujar media sonrisa de autoengaño al hombre. Y todo siguió igual perdón, todo siguió yendo a peor.
Cuarta fase, depresión.
No había ya amigo a quien amar, el mar lloró, por fin. Se redujo, se ovilló, se encogió y dejo de ser generoso con el hombre. No tenía nada que dar más que dolor, sin su amor no había vida y nada que dar.
Las viejas redes rotas por el peso de los atunes, de las caballas y emperadores esperaban aburridas a un mar que se encogió.
Y el sol, como no vale más que para dar calor, se estiró de nuevo y lanzo otra vez su brazo generoso para esta vez calentar al mar.
La contaminación, mano nuevamente del hombre, colaboró y derritieron los casquetes polares inundando la civilización humana. El mar nos mató, igual que nos creó. Yo no lo siento, quizá mi inevitable vanidad se lamenta por esto, pero nada más.
Quinta fase, aceptación
Sin hombre en el mundo ya el mar aceptó, no tenia a quien amar ,de acuerdo, pero ¡ah! alegría de quien no espera nada, otra gotita, molécula, no sé ,no me acuerdo bien, otra gotita, y todo volvió...
4 de abril de 2010, 9:47
Muy bueno. Interesante.
5 de abril de 2010, 12:28
Está muy muy bien. Un gusto exiquisito en la escritura. Lo recomendaré.
4 de mayo de 2010, 7:16
Si es que dan ganas de llorarse en ese mar
Impresionante,