Este cuento basado en una película, "El silencio de los corderos" de lectura recomendada en caso de haber seguido la saga completa, esperando que sea de su gusto, y que no se les indigeste.
Desde luego esta profesión era mucho mejor que la psiquiatría. Ahora, sanara o no las mentes enfermas, daba placer inmediato a las ávidas bocas de los mejores gourmets del mundo.
Bien se encargaba él de buscar las más exquisitas recetas en su libro de cocina. En un pequeño y selecto bistró para ricachones de todo el mundo, dispuestos a pagar la mayor de las fortunas por el placer único de degustar sus platos. Situado en Sierra Leona, un lugar estratégico, donde la comida exótica y la excentricidad de sus turistas abundaban, al tiempo que pasaban desapercibidos.
La excentricidad es un plato que se degusta más aun a escondidas; valga la paradoja.
¿Pero cómo llego a esto Hannibal? ¿Por qué un caníbal iba a querer compartir sus placeres, su perversión, su secreto?
Años antes se dio cuenta de cuánto mayor era el riesgo, mayor el placer.
Había decidido compartir con el mundo su sabiduría, babear de vicio obsceno viendo la cara de los obesos gourmets cuando comían sus platos...
Pero su obra maestra, su plato estrella, debido a la escasez del producto, era el delicado ahumado con aroma de aceite de sésamo y vainilla, sobre una costra crujiente de pasta de harina tostada y cacahuete. Este plato con la carne de bebés hembra. Sólo los clientes favoritos de Hannibal y él mismo, podían degustarlo.
La carne de las hembras es más dulce, más grasienta y por lo tanto más sabrosa. Y el placer gastronómico que aportaba a sus consumidores sólo era comparable a la sensación de crueldad de que gozaba Hannibal al obligar a su madre a matar a su bebé, o a morir ella.
Ambas opciones eran razonables.
Si la madre, como solía ocurrir, elegía la vida de su hija, la niña se salvaba y la madre se convertía en una exclusiva receta de carpaccio a la que él, gracioso, denominaba “carpaccio de amor”.
Lo preparaba con un aliño de mantequilla clarificada que caía hirviendo con delicadeza de una jarrita al plato, ante los ojos absortos del comensal. Para equilibrar sabores, creaba una pasta fresca y ligera de vinagre, con rábano y tomate fresco licuado como aliño. El sabor era indescriptible. Hannibal, sabía lo que se hacía.
Si la madre era tan cruel de elegir su propia vida a la de su hija, Hannibal, por dos razones de peso, también la cocinaba. La primera razón respondía a la lógica, esa mujer era un testigo. La segunda, al juicio. Siempre fue un caballero y, en el fondo, no podía consentir que una madre antepusiera su vida a la de su bebé. En este caso era juzgada, condenada, ajusticiada y servida en un plato denominado “pecado”.
Pero claro, nada era sencillo. En realidad, ni en Sierra Leona era fácil ir matando y cocinando. Sea como sea, en una tierra que ha considerado de manera histórica el canibalismo, y donde el callo de la crueldad está a la orden del día. Un lugar, como cualquier otro, en el que el dinero lo puede comprar todo.
No era suficiente para que Hannibal fuera más que precavido.
Siempre encargaba vacas. Sus cocineros, engañados, creían cocinarlas. El matadero estaba en Argentina, les llevaban la carne ya despiezada, pero no al restaurante, si no al almacén de cocina experimental, donde, con aires de genio loco, fingía recluirse a buscar nuevas creaciones.
Ahí también había pescados y verduras, cosas que realmente utilizaba en el menú. Pero no la carne, más que en pequeñas cantidades.
Por supuesto, servía chuletón gaucho proveniente de las mejores vacas argentinas y, desde luego, chuletillas de cordero, empanada de sesos de cordero (esto si, aderezado con un porcentaje de sesos humanos)
Así se montaba la vida como jefe de cocina. Viendo a sus negros sirvientes de guante blanco elaborar con delicadeza, todas sus creaciones. Sin que sospecharan que se trataba de carne humana.
A él le gustaba probarlo todo. Cerraba los ojos para acumular en sus sentidos el doble placer del sabor exquisito y perfectamente equilibrado de su creación, así como el recuerdo cruel y amargo de dónde y cómo obtuvo esa carne. Esto le transportaba.
Sorprendía a sus cocineros verle totalmente absorto saboreando con los ojos cerrados y cara placer y que aun así, no fuera un hombre gordo.
Fueron tiempos de gloria para él. Hasta que se tropezó, en una de sus cacerías con Ida.
A simple vista parecía la presa normal. Era alta, hermosa, como la mayoría de las nativas de Sierra Leona. Llevaba a su bebé envuelto en una tela a la espalda y una enorme cesta de paja en la cabeza llena de tubérculos y fruta.
Atardecía, la sabana estaba tranquila, estaba sola. No, no iba cantando, como suelen hacer estas mujeres. Tenía cara enfado, Hannibal enseguida diagnosticó: Una mujer más que viene de trabajar agotada.
Sigiloso, como un gato, dejó que ella le adelantara. Al tenerla delante con una simple llave la tumbó, mareada y desorientada, en el suelo, boca abajo. Comprobó si el bebé era niña o niño. Había suerte, era niña. En caso contrario se iría por donde había venido sin siquiera ser visto.
Usando su “fuerza del chi”, la fuerza aprendida allá por su juventud de artes marciales, con prudencia y calma, sonriente y agradecido, la llevo a su refugio.
Ella seguía aturdida y estaba inmovilizada. Él la calmó, todo un caballero, le sirvió un caldo y la dejo sentada en el suelo, con la niña entre sus brazos, mientras la observaba desde enfrente.
Ida también le observaba , le reconoció en seguida, y comenzó a reír. Su risa era hiriente, azotó a Hannibal en toda su dignidad, como un látigo de cadena lleno de ganchos. Arrancándole la carne del enfermo, pero existente corazón.
Tomo el control, nadie se reía así de Hanibbal Lecter, ni siquiera él mismo osaba hacerlo. Su obra, no tenía la menor gracia. Era cruel, sádica, desmesurada y secreta; y por esto último, nadie, se podía reír de él.
Se levantó y se dio la vuelta, si ella era tan valiente como para actuar, lo haría. Al fin y al cabo, los reflejos de él eran insuperables, como sus sentidos.
Ella comenzó a amantar a la niña y sonriendo le habló:
"Tenía ganas de conocerte, hermano" esto si que era inesperado. Ella estaría equivocada, sabía en su intuición que no era así ,podía, en ese mismo momento darse media vuelta y comer los carnosos labios de un mordisco. Pero sentía curiosidad, tal vez esto sólo era otro estadio superior de maldad, era la oportunidad de matar, quien sabe, a alguien, quien sabe, que no le temiera lo más mínimo.
"Callas" continuo Ida."No me recuerdas ¿verdad?" dijo ella algo más seria, y ciertamente, empática. Pero ni una sombra de miedo.
Eso sólo podría significar que estaba equivocada o que no le importaba lo más mínimo morir.
Ida decidió callar para dejarle hablar, pero no contestaba. Se volvió para mirarla. Intentaba adivinar en su figura qué pasaba, en sus gestos un halo de miedo o de complicidad, lo que fuera. Sólo había una madre amamantando a su hija con aire de rutina que espera una respuesta .
"¿El caldo está a su gusto?" le pregunto finalmente Hannibal.
"Si, extraordinario, si no le importa me gustaría repetir..." le contesto ella. Le sirvió, con exquisitos modales y ella, con los mismos modales, le agradeció el caldo .
"Antes no cocinabas tan bien, hermano" dijo ella."Siempre has tenido un don, eso esta claro, pero esto... Déjame pensar… quiero encontrar la palabra adecuada... es un simple caldo de verduras y carne... sin embargo, hay que decir que le has dado... como se dice...¡ah sí! El punto.
No quiero aburrirte con mi conversación, porque se que tienes trabajo que hacer... pero si yo tuviera tanto dinero como tú cocinaría manjares dignos, no de un emperador, eso ya lo haces tú, si no dignos de ti, hermano mío"
"Vaya, con la vanidad me quiere esta ganar la partida..." pensó Hannibal riendo por dentro. Y con amabilidad le dijo: "Perdone, señora, quizá sea la edad, pero no recuerdo tener ninguna hermana, bueno, en realidad tuve una... pero era blanca"
" Y sabrosa" inquirió ella. Dejó al bebé en el suelo y se levantó. Comenzó a desnudarse, mostrando su hermosa figura. Se le acercó, le puso la cara justo en frente. Él hizo un gesto rápido de ataque, aunque no pensaba morder. Ella ni se inmutó.
Señaló sus labios, sus mofletes y sus orejas. Y dijo "cartílago, es tan delicioso que a penas necesita aderezo" se dio la vuelta y, señaló la musculatura de su espalda "esto es carne de primera...(rió) para los novatos". Luego sus muslos "esto si que es carne de primera; yo la haría ahumada y cruda. Si me acepta la sugerencia.
¿Le aburro doctor? Aunque claro, mis muslos tienen mucha grasa, y la grasa se rancia fácilmente. No se me ocurre solución... quizá elaborar un aceite".
Hannibal empezaba a animarse.
Cogió al bebe y la desnudó."sinceramente hermano, no me gustaría comérmela. A mí personalmente, y te pido como favor personal, que si la cocinas, sé que lo harás, la disfrutes tú.
No cualquiera sabría disfrutar hasta este punto de mi criatura. ¿Sabes que como tomillo para que al amamantarla huela a tomillo? Estoy segura de que será de tu gusto, huélela" dijo ofreciéndole a la niña con sus brazos abiertos.
Hannibal sentía curiosidad. Se preparó cuidadosamente una copa de whisky, le ofreció a ella, que acepto."puedes vestirte, por favor" dijo Hannibal. Ella obedeció.
"Ya sabes que quiero preguntarte, así que contesta" dijo Hannibal.
Ella rió con ganas, y elevó su copa a la salud de él, y dijo "nosotros siempre hemos comido gente para coger su fuerza, no tiene nada de malo, pero tú lo haces por odio. Y claro, sólo coges el odio de la gente. Hará mil años, tú y yo éramos la misma persona, comíamos con odio, yo ya no lo hago. Ahora no soy caníbal, mi pueblo no lo es. Sé que no crees en la reencarnación, y me da igual, y a ti también debería dártela, ahora soy bruja. No te tengo miedo porque no temo a la muerte, ni al dolor. No temo que mi bebé muera, porque morirá, eso está ya hecho. Pero si ha de alimentar a alguna alimaña, algún gusano, o a las hienas, prefiero que lo haga a un hombre. Así que sí, lo que has oído, estamos a tu servicio.
Espero, no obstante, que el tomillo sea de tu agrado" y sonriendo, se sentó.
"No creo una sola palabra de lo que has dicho" contesto Hannibal.
"Lo raro, hermano, es que si que lo crees..." dijo ella.
"¿Y si tanto sabes de mí, ¿Por qué no salvas tu vida encontrando mi punto débil?, lo tengo" dijo Hannibal.
"Te he dicho que no temo a la muerte. Disfruta de mi hija, yo me voy. A mí no me comerías, y lo sabes; morir por morir..."
Así se dio media vuelta y salió de la cabaña. No le importaba darle la espalda ni ser muerta por él. Pero Hannibal no obedecía órdenes y corrió tras ella placándola de nuevo matándola.
Se la comió, con ira. Como un perro, cruda, en el suelo arenoso, dejando ser el animal que quería ser, que anhelaba ser.
Horas más tarde, Hannibal Lecter moría envenenado.
Ida Ngdo, había cumplido con la misión que ella misma había planeado. Ser el plato fuerte de un caníbal.
Eso sí, envenenándose antes. Poco a poco, día tras día, para que el veneno no pudiera matarla. Eso ya lo haría el cáncer... y brindar por última vez en la boca de un gourmet.